Roenneberg, uno de los mayores expertos del mundo en el estudio del jet lag social, acaba de publicar un nuevo trabajo sobre el problema, en este caso en la revista Current Biology. Después de estudiar a trabajadores de fábrica asignados a tres turnos diferentes de mañana, tarde y noche, observó que alinear sus cronotipos con los horarios laborales, evitando que los de tipo más vespertino fuesen asignados a turnos matutinos y viceversa, reducía la perturbación del ritmo circadiano y mejoraba la calidad del sueño y otros aspectos de su salud. Los trabajadores fueron capaces de dormir más durante los días laborales y eso les permitió además dormir menos para recuperar ese sueño durante sus jornadas festivas.
Tras muchos años de estudio, Roenneberg está convencido de que “crear unos horarios laborables más flexibles proporcionaría beneficios, tanto para los trabajadores y su salud como para las empresas a través de la productividad”. Céline Vetter, coautora del estudio, considera además que el impacto de estas mejoras puede ser aún más amplio. “Sabemos que el sueño tiene implicaciones importantes no solo para la salud física, sino también para el estado de ánimo, el estrés o las relaciones sociales, así que mejorar el sueño, muy probablemente, tendrá otros efectos secundarios positivos”, opina.
Aunque Roenneberg reconoce que en las grandes empresas los cambios de este tipo son lentos y complicados, afirma que ya hay empresas que han mostrado interés por su trabajo. De hecho, su último estudio ha sido cofinanciado por la multinacional siderúrgica alemana ThyssenKrupp. “Si se pudiese entrar a trabajar a las 10 o las 10.30 en lugar de a las 9, el trabajador le estaría ofreciendo a su empresa el tiempo en el que se encuentra mejor y más capaz”, ejemplifica. Los desajustes provocados por el sistema actual suponen un coste aproximado del 1% del PIB según Roenneberg.
Las grandes empresas no son los únicos espacios en los que se pueden empezar a aplicar cambios como los que sugiere Roenneberg. Los centros de enseñanza también se podrían beneficiar. "Los adolescentes son muy vespertinos, no es que sean vagos, como a veces se piensa, y si les pones el inicio de las clases a las ocho de la mañana, los matas", apunta Correa. "Retrasar sus horarios puede servir para mejorar su educación, o al menos se pueden colocar clases que requieren un mayor esfuerzo, como las matemáticas, fuera de las primeras horas de la mañana", añade.