La investigación se fundamenta, además de en diversos estudios previos, en un experimento desarrollado por el Instituto de Biocomputación y Física de Sistemas Complejos (BIFI) de la Universidad de Zaragoza, junto con la Fundación Ibercivis y la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), y que es el mayor realizado hasta el momento en tiempo real sobre cooperación en sociedad. El mismo se desarrolló a lo largo del pasado mes de diciembre y en él participaron más de 1.200 alumnos de bachillerato de Aragón, que interactuaron en tiempo real y de forma virtual a través de un prototipo de conflicto social conocido como el “Dilema del Prisionero”.
En este juego se pone de manifiesto que el mayor beneficio para las personas que interactúan se produce cuando ambas colaboran, pero si una colabora y la otra no, ésta última tiene más beneficio que la que coopera. Esto, en ocasiones, permite aprovecharse de la colaboración de los demás, pero, si esta tendencia se extiende, al final nadie coopera y, por tanto, nadie obtiene beneficios.
Tras analizar la información, la principal conclusión que han obtenido los investigadores es que en una situación en la que cooperar con los demás es beneficioso, que las personas involucradas estén organizadas según una estructura social de un tipo u otro es irrelevante. Este primer análisis contradice lo que muchos investigadores sostenían basándose en estudios teóricos.
En el experimento se compara el grado de cooperación en una red en la que cada uno interactúa con otras cuatro personas y en una red en la que el número de conexiones varía entre 2 y 16, es decir, más parecida a una red social. Lo que se observa es que el resultado en las dos redes es idéntico.
“Esto ocurre porque, contra lo que se había propuesto en la mayoría de los trabajos, la gente no toma sus decisiones basándose en el beneficio que obtienen (ellos o sus vecinos), sino en cuánta gente ha cooperado recientemente con ellos, además de en su propio estado de ánimo”, explican los investigadores.
Estos resultados ayudan a comprender cómo toman decisiones las personas, sobre todo en el contexto en que hay que decidir entre colaborar o aprovecharse de los otros. “Entender por qué hacemos una cosa u otra puede ayudar a diseñar incentivos que induzcan a la gente a cooperar”, revelan los autores de la investigación.
Por otro lado, el hecho de que las redes no sean importantes tiene implicaciones, por ejemplo, para el diseño de organizaciones. Del experimento se desprende que la gente no va a cooperar más por estar organizada de una determinada manera. De esta forma, se puede inferir que no hay que preocuparse del diseño de la estructura de la organización, sino de incentivar a la gente de manera individual a que coopere.