La luz eléctrica permite desde hace ya bastante tiempo trabajar, descansar y realizar otras actividades a cualquier hora, desligándose así de las rotaciones naturales de la Tierra, que imponen la alternancia de la noche y el día. Pero cuando Thomas Edison patentó la primera bombilla en 1879 seguramente no podía anticipar que un día su invento impulsaría una epidemia mundial de obesidad.
Eso es lo que sugiere un artículo realizado por una investigadora de la Universidad de Aberdeen (Reino Unido) y publicado en la revista BioEssays. La Dra. Cathy Wyse, perteneciente al Instituto de Ciencias Biológicas y Medioambientales de dicha universidad, ha difundido los resultados de una investigación sobre el efecto de los ciclos de la luz artificial sobre la salud humana, y en concreto sobre el peso corporal.
Nuestro ciclo diario de sueño y vigilia está controlado por un reloj molecular que se encuentra presente en todas las células del cuerpo humano. Posee su propio ritmo sistemático de casi veinticuatro horas exactas que le permite mantenerse ajustado con precisión al ciclo diario establecido por la rotación terrestre.
Sin embargo, en el mundo moderno, el reloj biológico humano a duras penas puede permanecer en sintonía con el ciclo rotacional de la Tierra. Las causas son la exposición a ciclos de luz artificial y los irregulares horarios de comidas, trabajo y sueño propios del mundo desarrollado. Este desequilibrio entre los ritmos circadianos naturales del organismo y el entorno se denomina en términos científicos «desincronía circadiana», y la Dra. Wyse opina que es uno de los motivos del incremento de la población gruesa.
«La razón del aumento relativamente repentino de la obesidad en el mundo desarrollado parece no ser únicamente una cuestión de dieta y actividad física. Entran en juego otros factores, y entre ellos conviene tener en cuenta la desincronía circadiana», aseguró la investigadora. Su estudio ahonda en cómo esta desincronía afecta a la salud humana al alterar los sistemas del cerebro que regulan el metabolismo, de tal modo que aumentan las probabilidades de desarrollar obesidad y diabetes.
El reloj biológico es controlado por nuestros genes, y el estudio sugiere que unas personas podrían ser más sensibles que otras a los efectos de la desincronía circadiana. La Dra. Wyse basó su trabajo en estudios de microbios, plantas y animales que muestran que la sincronización del reloj interno con los ritmos del entorno reviste importancia para la salud y la supervivencia, siendo muy probable que ocurra lo mismo con los humanos.
La variabilidad de los horarios de trabajo y la realización de actividades prácticamente a cualquier hora son ya rasgos característicos del mundo desarrollado actual. Se pueden mantener ritmos circadianos saludables comiendo a las mismas horas, durmiendo bien y sin interrupciones por la noche y en total oscuridad, y exponiéndose a gran cantidad de luz solar durante el día.